Conocido por sus vermuts preparados, sus cócteles y su picoteo, el local de Muelle Marzana ha tomado el relevo de su antecesor en el Casco Viejo para ofrecer, también, un interesante menú degustación con toques arábigos
Recién terminadas las Navidades 2021-2022, si hago balance de lo ingerido, la conclusión es «sí, has comido y bebido por encima de tus posibilidades». Y eso que, en este segundo fin de año pandémico, el contexto tampoco es que haya ayudado a la hora de irse por ahí a probar cosas en compañía de familiares, amigos y conocidos. Así, yo creo que le he dado más que nunca a los dulces (ganándole la batalla a lo salado) y más de puertas para adentro que en nuestros bares y restaurantes.
Pero, bueno, que algo también hemos salido y degustado, eh…
Así, me gustaría destacar el redescubrimiento que ha sido Muelle Dartxïn, la reencarnación del antiguo Dartxïn de la calle Pelota, en el Casco Viejo, que dio a mediados de 2020 el salto al otro lado de la ría, localizándose ahora en Muelle Marzana, en esa ribera donde antes apenas encontrábamos el (eso sí, laureado) Mina y que ahora está abarrotada de locales nuevos, todos ellos con decoración bastante cuidada dentro y terrazas la mar de acogedoras fuera. Podría decirse que es una de las zonas de moda de Bilbao… y razones hay, desde luego.
Y allí que me fui, con un par de amigos, uno de esos sábados de Ómicron desatado y hosteleros viendo cómo se acumulaban las cancelaciones de mesas. Menudo panorama.
¿Por qué elegí el Dartxïn? Pues por curiosidad, sinceramente. Conocía tanto el local original como el actual por sus muy buenas copas y cócteles, sus vermuts preparados (de muchas maneras diferentes), sus ricas rabas y sus picoteos variados (quesos, embutidos, croquetas… o los hummus y baba ghanoush a base de berenjena que le dan al negocio de Reza su toque exótico y diferenciador. Si uno proviene de la antigua Persia, que se note, ¿no?).
En resumen: que uno iba al Dartxïn a tomarse un trago preparado con esmero y, si caía algo de comer, era como acompañamiento del brebaje, no un maridaje a la inversa. Así que, cuando anunciaron su «menú degustación» de cara a las fiestas, había que probarlo para desvelar si, aparte de dar bien de beber, dan bien de comer.
Por 38 euros, bebida aparte (pedimos un par de botellas de Beronia, ayudados en la recta final por un cuarto amigo que se unió a la causa), el repertorio incluía varios hits de su carta de raciones, además de algún otro añadido con el que se alcanzaban un total de 8 pasos.
Lo primero fue el «aperitivo de la casa», misterioso hasta que supimos que se trataba de su hummus de tres sabores: tradicional, de alubias rojas y de aguacate con cilantro. Un buen comienzo, con un 3 en 1 ideal como tentempié. Variado, sorprendente (si no lo has probado previamente, sobre todo) y sabroso.
Los tres cuenquitos, además, acompañados de sus respectivos chips de pita, el mejor y más crunchy cubierto posible para este centenario alimento basado en el garbanzo y tan arraigado en Oriente Medio. Bueno, y aquí, ¿no? Que se lo digan a Mercadona…
El plato a continuación, una refrescante, ligera y surtida «ensalada Dartxïn» a base de lechuga, naranja, pera, nueces, granada… todo ello coronado por una crema de nata que le daba un toque aún más especial. Y es que las ensaladas son un mundo y ésta, como entrante, perfecta. Llevábamos solo dos platos y ya teníamos las papilas gustativas a pleno rendimiento.
El paso siguiente, casi una derivación de la ensalada, pero con el añadido cárnico de la cecina y el toque goloso del dátil, tan habitual de la cocina árabe y que Reza también incluye en su propuesta, perfectamente adaptada a nuestros gustos, pero con ese toque marca de la casa. La «muselina de 3quesos&cecina» juega con lo dulce y lo salado, abandonando lo cítrico y frutal… para seguir añadiendo sabores y sensaciones, llevando el menú por una senda perfectamente lógica.
De momento, todo bien encadenado y la atención, exquisita. Que el comedor sea tan pequeñito, ayuda, qué duda cabe. Estábamos a gusto, apurando ya las últimas gotas de nuestra primera botella de Rioja.
No miento si digo que los «tacos baba-ghanoush» eran lo que más miedo me daban, de cara también a mis acompañantes. Al final, este plato podía resultar el más infrecuente y la berenjena… pues tampoco le va a todo el mundo. Sin embargo, no hubo quejas. Presentado en pan de pita enrollado, se aleja de su forma tradicional, que tiende más bien a puré, no resultando aquí tan «entrante» (o «meeza», como dicen en los restaurantes iraníes), sino un plato con más empaque, copiando las maneras mexicanas (aunque más de los burritos que de los tacos). Rico. Y un detalle el acompañamiento con tomate seco. Debería ser tan popular por estos lares como, al menos, el hummus. Tiempo al tiempo (apunta, Juan Roig).
Cambio de ritmo. Turno para el gambón a la sal. Aquí, exotismos, pocos, y sorpresas, ninguna. Tenían que estar buenos… y lo estaban. Tres gambones (¿podrían haber sido más grandes, lo único?) por cabeza, con bien de sal gorda y una rodajita de lima. Quinto plato y nuevos incentivos para el paladar, a medida que el buche se iba quedando satisfecho. Las raciones no son en miniatura y tampoco una brutalidad, así que ni temíamos quedarnos con hambre, ni acabar reventados. Pero había que ver, que todavía quedaban los platos principales y el postre.
Tras los crustáceos, toallita húmeda y una de cefalópodos: Pulpo a la plancha. Otro avance natural y otra propuesta acertada y sin estridencias. Con su patata panadera y su toque de aceite de oliva y pimentón, no vamos a descubriros nada a estas alturas. Pero si os gustan estos seres y sus ocho patas (atención al capítulo de «Animal», en Netflix, donde hablan de ellos), la que sirven en Dartxïn, laminada y en su punto óptimo de cocción, os va a chiflar. Aquí, sí, lo digo: me quedé con ganas de más.
Viendo lo variado y bien encadenado del menú, a un solo paso del postre, diréis, «toca algo de carne, ¿no?». Y acertaréis. Para ir acabando, medallón de solomillo. Una porción aceptable, troceadita y en su punto, con escamitas de sal por encima, patata (frita, no cocida esta vez) por debajo y un toque de trufa, terminó de convencernos y saciarnos antes de hacer hueco para el «postre casero»: una tarta de queso bastante lograda, con un toque de caramelo y unos nada previsibles pistachos como complemento.
Un detalle diferenciador en un menú degustación muy bien equilibrado en sabores y texturas, sincronizado con tiento y que aúna el punto justo de exotismo sin dejar de resultar tradicional. Por mi parte, eché de menos, metidos ya en harina, un poco más de viaje sensorial en el último tramo, tras un inicio con tanto deje arábigo. Pero, en suma, lo dicho: equilibrio.
Y sí, se puede confirmar ya: En Muelle Dartxïn dan bien de beber… y de comer.
NOTA: Se me olvidó hacerle foto a la cuenta (por hacérsela a los chupitos con los que venía -¿cuestión de prioridades?-), pero no hay mucha pérdida: 38 euros por cabeza más el vino (a 17€ la botella). O lo que tomes (que aquí puede ser desde un vermut «Persépolis» a un «Singapur Sling», pasando por un «Mai Tai» o un «Bloody Mery»).
MUELLE DARTXÏN
Muelle Marzana, 8 – 48003 Bilbao
Teléfono: 944 353 093