Estrenamos sección, en la cual, cada mes, iremos recomendando (o no) la propuesta diaria de nuestros restaurantes, tabernas, mesones, bares de carretera, franquicias de centros comerciales… ¡quién sabe! La cosa es ayudaros a acertar con vuestra elección entre semana. ¡Oído, cocina!
Del Ágape y, en concreto, de su menú del día, ya pudiste leer por aquí hace ¡seis años! Pero, claro, ha llovido tanto… para todos, que cómo no volver a mentarlo en Alma Botxera, más, cuando es uno de los grandes tapados del espectro cibernético local. Vamos, que su web destaca en portada una reseña de El País de 2016 y su Instagram no se actualiza desde ¡2013! En Facebook hace justo un año que dejaron de postear los platos de su menú, por lo que puede que haya quien piense que sucumbió ante el dichoso coronavirus… pero va a ser que no.
Al entrar, esta vez no nos dijeron aquello de «Seguidme, vuestra mesa es la que tiene vistas al mar», pero en este alargado y rústico aunque moderno local de la calle Hernani siguen siendo tan bromistas y amables como recordábamos. Sí, también hubo risas antes de elegir mesa.
Conjugando paredes de piedra y vigas de madera con paneles blancos y negros y sillas rojas de plástico, con el Ágape pasa como con el Metro: tiene un huevo de años (sí, maja, sí, echa cuentas), pero sigue resultando actual. Sus platos, como su decoración, también parten de elementos clásicos… pero sin olvidarse de cierto toque modernete. Sin estridencias.
Bueno, pero, ¿qué había?
PRIMEROS
– Ensalada de patatas, costilla BBQ y piquillos de mojo de aguacate y cilantro
– Crema de zanahorias con un toque de canela y queso ricota
– Arroz negro de txipis y verduras asadas con alioli
– Coliflor sobre menestra de vainas, espárragos blancos y jamón con romesco
SEGUNDOS
– Pechuga rellena de chutney y plátano macho con salsa de tomate picante sobre gratén de patatas, pimiento rojo y queso feta
– Codillo asado a la mostaza dulce con trinchat de col
– Anchoas rebozadas al ajo y perejil sobre pisto de berenjena y calabacín
Como éramos dos, escogimos cuatro platos diferentes, dejando fuera de la ecuación los otros tres, no sin bastante indecisión y algo de pena (el toque de canela de la crema de zanahoria nos sigue intrigando).
Empecemos por la ensalada. Esa gigante, frondosa y llena de contrastes ensalada. Enorme. Con su lechuga, su tomate y sus piquillos, deliciosamente aliñados con mojo de aguacate y cilantro, ya hubiese dado para quedarse satisfecho. Pero no: añádanle unas buenas patatas cocidas y unos cuantos bocados cárnicos a la brasa… y espectacular. Un plato generoso, fresco y contundente a partes iguales.
A su lado, claro, languidecía la coliflor (ay si nos llegan a decir de txikis que comeríamos esto de mayores… ¡por gusto! Ja), si bien la habíamos pedido justo por eso: por esperar poco de ella… pero a ver qué pasaba. Y no, no sucedió gran cosa, pues resultó bastante menos sorprendente que la bandejota de enfrente, si bien cumplió su misión. ¿No sabes que hay que comer 5 raciones de fruta y verduras al día? Pues menestrita al body y solo te quedan cuatro. Estaba rica, ojo.
De segundos dejamos fuera las anchoas, quizá por aquello de habernos atiborrado de ellas hacía poco en Antxoa Taberna (una de las recientes alegrías de la Plaza Nueva), así que dimos buena cuenta del codillo y la pechuga. El primero entraba ya por el ojo nada más verlo. Reluciente, con un poquito de salsa de mostaza dulce y salpicado de perejil fresco, la verdad es que prometía. El acompañamiento, un trinchat de col, quizá se les había pasado un poquito de torrao, pero nada que no se pudiera solucionar apartando la capa más quemadita.
Y es que un codillo, cuando está en su punto, bien jugoso, cuando se despieza casi casi él solito, es un acierto seguro. Este cumplía con el canon y, que me perdonen los lectores teutones, pero mejor con «trinxat» a la andorrana que con chucrut a la alemana. Ya cambiaremos de opinión si eso cuando llegue el Oktober Fest.
¿La pechuga? Pues un poco más insípida que lo que prometían sus ingredientes, pero igualmente satisfactoria. Con más dulce y más picante, eso sí, habría ganado puntos. Puestos a contrastar sabores, pues venga, al lío.
A estas alturas de menú, con nuestras panzas tan llenas como el comedor del local -entramos con la sala vacía y salimos con todo ocupado-, la verdad es que es difícil no sentirse saciado y satisfecho en el Ágape. Abundante, bueno y bien servido, queda claro que no le hace falta mucha actividad en redes para contar con una fiel comunidad. ¡Y aún quedaba el postre!
Entre fruta del tiempo y tartas caseras, optamos por la segunda opción (uy, qué despiste con las 5 raciones de vegetales), en concreto, por una tarta de queso y otra de cuajada. La primera, cremosa y equilibrada, hizo que hiciéramos hueco al fondo a la derecha. Con su base de galleta, justita y crunchy, su untuoso queso blanco y su topping de frutos rojos, terminó de redondear un menú al que solo le faltaba la guinda con ese bloque de mamia que, literalmente, nos volvió majaretas.
Todo ello, con pan, agua y vino, por 14,50€. Una dignísima propuesta para inaugurar esta sección de menú del día. Volveremos… ¡antes de seis años!
RESTAURANTE ÁGAPE
Calle Hernani 13, San Francisco (Bilbao)