La historia de algunos de los negocios que han dedicado su vida a hacernos caer en la tentación de los pasteles, los bollos o las trufas
Ay, Bilbao. Tan gris y tan dulce. Será por compensar. Pasteles, bollos y trufas por todas partes. Cada uno tenemos nuestro preferido, así que vamos a intentar contar la historia de algunos de los negocios que han dedicado su vida a hacernos caer en la tentación.
Empezamos con Ildefonso Arrese. Este señor de Otxandio se mudó a Bilbao y conoció a Catalina Begoña. Se enamoraron, se casaron y montaron un negocio juntos. Abrieron una tienda de ultramarinos en el número 8 de Bidebarrieta. Era el año 1852. Vendían de todo tipo de comida, pero Catalina, que era muy buena repostera, empezó a elaborar dulces que gustaban mucho. Poco a poco sus pasteles cogieron mucha fama y la tienda dejó de vender otros productos. Se convirtió en una de las primeras pastelerías de la ciudad: Arrese.
Cuentan que una señora compró una lata de dos kilos de toffes para unos amigos que se iban a América. Y qué disgusto se llevó la pobre cuando se enteró de que el barco en que que viajaban se había hundido. Resulta que se estrelló contra un iceberg. Era el Titanic.
Pero el honor de ser la más antigua de todas es para Martina de Zuricalday. ¡Casi 200 años! Desde 1830. En 2015 recibieron el premio Ilustres de Bilbao. No me imagino ningún reconocimiento mayor. Ni siquiera cuando me entero de que Alfonso XII y María Cristina compraban aquí los chocolates y azucarillos. Y que a Alfonso XIII le encantaban sus bollos de mantequilla. Normal. A quién no.
Volviendo a Bilbao, aquí el turrón tiene nombre propio: Iváñez. Si te apetece probarlos vas a tener que hacer cola. Pero lo primero es elegir en cuál. En la calle Correo hay dos. Adelia Iváñez o Celina y Eladio Iváñez. Qué lío. A ver si nos aclaramos, que la historia viene de lejos.
Todo comenzó con un señor de Xixona, Alicante, que en 1878 empezó la tradición de recorrer cada navidad los 800 kilómetros que separan su localidad de Bilbao. Venía cargado de turrones. Se llamaba Miguel Galiana y vendía sus dulces en el portal número 7 de Bidebarrieta. «El turrón del portalito» le decían. Una de sus hijas, Julia, se casó con Eladio Iváñez, que se puso al frente del negocio y de los viajes anuales a Bilbao.
Tuvieron tres hijos. Celina, Eladio y Adelia (los nombres de las dos turronerías). Los dos últimos siguieron viniendo a bilbao cada navidad, pero a partir del año 1963 se decidió que uno vendría un año y el otro al siguiente. Y así sucesivamente. La familia separó sus viajes, pero seguían trayendo sus turrones al portal de Bidebarrieta.
Y en 2003 se dio la separación definitiva. La familia de Eladio y Celina se establecieron en un bonito local en la calle Correo, cerca de la catedral. La de Adelia se fue al número 12 de la misma calle. Hoy en día la relación entre ellos apenas existe. Les preguntamos cuál fue el motivo de la ruptura.
«Los trapos sucios se limpian en casa», nos responden.
Los rencores y problemas familiares caben en una calle. Ninguno de los dos tiene demasiadas ganas de hablar del otro. Pero bueno, lo importante de esta amarga historia es que no hay nada que no cure un dulce.
Extracto de «No me seas sinsorgo», editado por El Gallo de Oro y disponible aquí.