La calle Euskalduna cuenta con dos callejones, uno abierto (y sin nombre) y otro cerrado. Es la Travesía Euskalduna, un rincón un poco andaluz…
Vaya cagada las rampas de Uribitarte. Cómo es posible que se partiera en dos el ensanche de la ciudad de esa manera. La única opción que nos ha quedado para salvar el agujero ha sido poner escaleras, ascensores y pasarelas elevadas por todas partes. Así nos ha quedado la villa, llena de espectaculares parches urbanísticos que nos hemos sacado de la manga. Como ponerle una tirita a un brazo amputado. Algún defecto tenía que tener Bilbao.
Otro de esos errores que me fascinan está en la calle Euskalduna. Entre el edificio de Correos y el Teatro Campos Elíseos surge un callejón sin nombre. Un sitio que me recuerda a una de esas humeantes calles sin salida de Nueva York. Por donde se escapa el bueno de la película perseguido por los malos hasta que una valla corta su huida. Muchas veces también pienso que fue donde mataron a los padres de Batman. Se lo preguntaremos a Bruce Wayne si se pasa por aquí un día.
Salir del callejón y volver a la calle Euskalduna tiene otros peligros. Como el de gastarte media nómina en dos de las mejores librerías de la ciudad (Joker y Cámara). Pero si vencemos la tentación y seguimos hacia delante, vamos a llegar a otro callejón poco conocido. En este caso sí que tiene nombre: la Travesía Euskalduna.
Son 47 metros de largo, sin salida. Eso es todo. Pero espacio suficiente para la pequeña terraza del bar Sokoa y para un edificio curioso. Unas viviendas que bien podrían estar situadas en una ciudad andaluza. De esas en las que entras a tu casa a través de una especie de balcón lleno de flores. Balcones que a la vez son rellanos. Me imagino a los vecinos saliendo ahí a charlar entre ellos. Largas conversaciones fumando y relacionándose entre sí sin el pudor y la sosez de los vascos. Dejándose llevar por el entorno. Convertidos en alegres andaluces por ósmosis. Después recuerdo que con los once meses de lluvia al año que tenemos pocas ganas tendrán de salir de casa a ponerse de cháchara con el vecino de enfrente.
La calle lleva el nombre del frontón que hubo allí y de los astilleros que marcaron la historia del siglo XX en Bilbao. Todos conocemos a alguien que trabajó allí o al que de alguna manera afectó su cierre. La ciudad no ha vuelto a ser la misma desde que dejamos de fabricar barcos. Algo así pasa con esta calle desde que quitaron el rótulo de la Joyería La Modelo. Un luminoso con una tipografía preciosa que ya era una joya en sí mismo. Donde estaba aquel comercio ahora hay un «outlet de oro». Cuando cierran la persiana se ve una pintada que dice: «Globalizazioak gure identitatea hil (La globalización ha matado nuestra identidad)». Tiene razón. Los pequeños comercios son los que le dan carácter a un sitio porque son únicos. Echamos de menos el cartel de La Modelo. Desde que lo quitaron, la calle Euskalduna es un poco menos única.
Extracto de «No me seas sinsorgo», editado por El Gallo de Oro y disponible aquí.