El argentino da el sí a una de las candidaturas que se presenta a las elecciones del Athletic y se convierte en el reactivo de un test sobre la verdadera naturaleza del club.
El primer bebé es despiadado. Su nivel de demanda es brutal y constante, y le da igual si estás cansado, si has tenido un mal día o si estás arrepentido de haberlo traído al mundo. Lo que quiere, lo quiere, y lo quiere ya. No negocia, no cede y no espera.
Acostumbrados como estamos los adultos a encontrar áreas de descanso o salidas de emergencia a las presiones, ya sea el procastinamiento, el ilusionante proyecto profesional de turno, el porno furtivo, la escapada rural o el emborrachamiento a vermús del domingo por la mañana, un primer bebé es un desafío mayúsculo, puesto que no permite ni descanso, ni coartadas, ni excusas de ningún tipo. Está ahí, implacable, pidiendo de nuevo lo suyo.
Esto tiene dos consecuencias. La primera es que, huérfanos de toda distracción, el bebé nos enfrenta a las cosas que no van bien en nosotros, pero cuya confrontación aplazamos mediante los entretenimientos corrientes, ya sea por pereza, conveniencia o miedo. Un bebé es un espejo que se te pone delante para que veas lo que evitas ver: que estás asustado, que no te gustas, que no te ves capaz de hacer lo que debes hacer, que tienes más limitaciones de las que quieres reconocer. Es decir, tu sombra.
Un primer bebé, y esta es la segunda consecuencia, es el más crudo y fructífero de los maestros que tendrás en tu vida. Te enseñará el camino hacia tu superación personal y te convertirá, si eres valiente, en un ser humano mucho más pleno, capaz y consciente.
Marcelo Bielsa ha dado el sí a la candidatura de Arechabaleta Taldea y será de nuevo el entrenador del Athletic si gana las elecciones del próximo día 24. E inmediatamente han empezado las críticas habituales de quienes buscan en el archivo de antiguos juicios de su mente a ver qué pensaban de un tema antes de manifestar su opinión: es un charlatán, es controvertido, no gana nada, quema a los equipos y el resto de lugares comunes.
Dejando al margen el aspecto deportivo (que es mucho dejar, ya que en el fondo es de lo que va todo esto, y este señor nos dio la mejor temporada del siglo, la más emocionante, la que nos llenó de orgullo de pertenencia, la que reforzó como pocas otras cosas la idea de que solo con lo nuestro, y a nuestra manera, podíamos competir con quien nos pusieran por delante), yo veo la clásica resistencia a aquello que cuestiona la propia tranquilidad. Las reacciones de algunos periodistas, hinchas y vacas sagradas del club traslucen, bajo la apariencia del análisis futbolístico, el rechazo a la revisión de las creencias, la resistencia a ese espejo que no te deja en buen lugar.
Porque Bielsa es, en cierta forma, como un bebé: no negocia, no cede y exige un compromiso como el suyo. Un bebé que te confronta con tus limitaciones, que choca contra las inercias, lo mismo que un bebé choca contra las inercias de unos padres primerizos. Y así es que no acepta obras en Lezama no terminadas en el tiempo pactado, periodistas acostumbrados a tergiversar o interiores que se limitan a correr la banda y quitarse el balón de encima. La gente así es incomodísima. Son otra forma de maestros.
No digo yo que la figura de Bielsa tenga que suscitar unanimidad, eso sería incluso nocivo, pero no reconocer el edificante terremoto que supuso su paso por el club, su propuesta de belleza y furia, como dice Jon Agiriano, su emocionante revolución cuyas aportaciones pervivieron años y su contagiosa convicción a todos los niveles es terriblemente injusto. Y no estar deseando ver qué puede hacer con una plantilla aburrida de verse y de chocar contra un muro, ver cómo reproduce la reanimación e incluso la reinvención de jugadores que realizó en su anterior etapa, ver a Williams de lateral derecho, o a Yeray de medio centro, o cualquier otra genialidad que nos haga volver con ganas a San Mamés cada partido, es una desgraciada pequeñez.
En mi opinión, Bielsa es el entrenador que nos debemos, pero el socio dirá. Sea cual sea el resultado de las elecciones, nos permitirá comprobar de qué Athletic estamos hechos: si tenemos la capacidad para transformarnos en un club más pleno, alegre y capaz o si es profunda nuestra sombra.