En Bilbao siempre hemos sido mucho de ir de potes. Se cuenta que ya había txikiteros en el Casco Viejo antes de que existiera el propicio Casco Viejo. Cuadrillas enteras yendo de bar en bar, tomando tragos, cantando canciones y diciendo fanfarronadas. Total que con tanto vino el Botxo necesitaba un lugar donde almacenarlo. Pero claro, es que aquí hacemos las cosas bien o no las hacemos. Había que construir un edificio a la altura de la importancia del elixir fermentado de la uva .
Y así surgió la idea de construir La Alhóndiga. Un edificio modernista del arquitecto municipal Ricardo Bastida construido entre 1905 y 1909. En el sótano se almacenaba el vino. En las plantas del medio el aceite y arriba los encurtidos. Casi 600 personas trabajaban para hacer que todos estos manjares llegasen a nuestras mesas hasta que acabó cerrando.
Tras un incendio hace casi 100 años estuvo a punto de desaparecer. De hecho se pasó varias décadas siendo una de las ruinas con más solera del Botxo. Hasta que se le encargó al prestigioso diseñador francés Philippe Stark que le diera una nueva vida. La obra respetó la fachada original y puso el interior al servicio de la ciudadanía. Multitud de espacios polivalentes, restaurantes, bar y una enorme terraza con vistas del centro de Bilbao.
Sus 43 columnas de diferentes estilos arquitectónicos y una enorme pantalla gigante con un sol nos dan la bienvenida a todos los que nos acercamos a este espacio, que aunque le hayan puesto el nombre de un antiguo alcalde de la ciudad, para nosotros siempre será La Alhóndiga.
Ya sea para coger unos libros prestados de la biblioteca, hacer un poco de ejercicio, ver una película o simplemente quedarte mirando el fondo de la piscina, este bonito espacio lleno de vida vuelve a ser un protagonista imprescindible de Bilbao.
