La gente sigue discutiendo, 70 años después, sobre qué lleva el sándwich inventado por el bisabuelo Emeterio. Tras cuatro generaciones, solo uno de los cuatro hermanos conoce el secreto de este bocadillo convertido en un icono de Bilbao
Hay cosas en Bilbao que parece que siempre han estado ahí. Nadie se imagina el Arenal sin el Arriaga o Deusto sin su puente. De la misma manera, tampoco me imagino la calle General Concha sin la cola en el Eme.
A veces uno no sabe cómo se crean los mitos, pero el Eme lo es. Pan recién hecho, lechuga, jamón, mayonesa y una salsa secreta. Eso es todo. Por esto hace cola la gente. Quizá la clave sea la palabra «secreta», que le da ese toque místico a algo tan normal como una salsa. Te hace sentir que lo que estás comiendo es especial.
Hoy en día es la cuarta generación de la familia al frente del negocio. Su bisabuelo Emeterio fue el creador original de la salsa y el que da nombre al local. En 1950 mezcló diferentes ingredientes y comenzó a vender los sándwiches que se han convertido en un icono de la ciudad. Si levantara la cabeza seguramente se descojonaría escuchando a la gente discutir 70 años después sobre qué lleva su salsa. No eres de Bilbao si nunca te has comido un triángulo de Eme. Lo llevamos en el código genético.
De los cuatro hermanos que regentan el local, solo uno conoce el secreto. Se lo confió el propio Emeterio. ¿Qué pasa si se pone malo? Tranquilos, que la receta original está guardada en una caja fuerte bajo llave. No nos vamos a quedar sin ella. Que ya sabemos que la salud del chaval os preocupa menos que el sándwich.
Hipótesis hay muchas. Anchoas machacadas, pimientos del piquillo, tabasco… Mucha gente la ha tratado de copiar y, aunque alguno ha estado cerca, nadie lo ha conseguido. Hace no mucho se hizo famoso un camarero despechado publicando en internet una receta. Escribió un artículo desvelando los ingredientes, pero no se había enterado de nada.
Me encanta que existan este tipo de historias en la ciudad. Y no entiendo el afán de descubrir qué hay detrás de ellas. Qué más dará. ¿Te gustan los sándwiches? Haz la cola y cómprate un par de ellos. Seguro que si nos dicen qué lleva más de uno pensaría: pues vaya ¿ese era todo el misterio? Y dejaría de comerlos.
Luego está la cantinela de si son caros o de si están sobrevalorados. A la gente parece que le da rabia pagar tres euros por un sándwich casero que está bueno y es grande, pero le parece genial comerse unos pinchos fríos y hechos desde hace horas a dos euros y pico. No me compares.
A mí me gustan. Creo que más por la historia que hay detrás que por el propio sándwich. Me hace gracia que algo tan de andar por casa como una rebanada de pan con cuatro cosas cree tantas discusiones. O lo amas o lo odias. Y como resulta más fácil criticar y quitarle valor a lo que hacen otros, yo me subo al tren de los que lo aman. Cuando estoy de «Rodríguez» voy al Eme. Dos triángulos y una torre. Y después, empachado, me siento en el sofá a arrepentirme y preguntarme por qué lo he hecho.
Extracto de «No me seas sinsorgo», editado por El Gallo de Oro y disponible aquí.