¡Esto parece un palas! Tras el incendio del 21 de septiembre de 1949 que dejó el techo muy dañado, los parroquianos empezaron a hacer la broma. Empinar el codo en la bodeguilla esquivando las goteras hizo que le pusieran ese mote. Aquello era como un palacio. No tuvieron más remedio que cambiar de ubicación. Aunque no se fueron muy lejos, justo a la acera de enfrente.
El nuevo local abrió el 2 de enero de 1950, y tal y como era hace 70 años es hoy en día. La misma barra, el mismo suelo, las mismas lámparas y el mismo nombre. O mejor dicho, la misma ausencia de nombre. No hay ningún cartel ni rótulo que lo identifique. Si quieres llegar, pregunta por El Palas.
La oferta también es la misma. Vino, cerveza o mistela, y para comer bocadillo, cacahuetes o gildas. Algo tan elemental como un cacho de pan con bonito del norte, anchoa y pimiento nos recuerda que a veces las cosas más fáciles son las mejores. Que nos perdemos demasiado entre grandes nombres y complejas elaboraciones cuando lo que más nos apetece es algo de toda la vida.
Aquí es donde venían los jóvenes de otra generación a beber barato y a cogerse sus primeros pedos. Hoy en día los clientes son diferentes. A la hora del hamaiketako, cuando sacan a la calle la mesa llena de bocadillos, se siguen viendo a rigurosos ejecutivos echarse la corbata hacia atrás para no mancharse con el porrón. Por la tardes, sin embargo, ya no vienen los borrachines de antes, a los que había que echar porque no querían irse nunca a casa. Los tiempos cambian para todos, y aunque la bodega siga siendo la misma, se nota que ahora la forma de alternar es otra.
No sé cuánto tiempo le queda a la bodeguilla, pero parece que no habrá relevo generacional. A veces, cuando paso por delante, me pongo triste pensando que dentro de no mucho esta institución de Bilbao podría convertirse en una tienda de cartuchos para impresora, o peor aún, en un sitio de ramen. Sería por nuestra culpa, por dejar morir a los comercios que le dan personalidad y solera a la ciudad. Aunque también lo entiendo. Pocos padres, pudiendo elegir, querrían que sus hijos trabajaran de sol a sol tras la barra de un bar.
Sentados en una mesa con Jone, que se ha tomado un descanso para hablar con nosotros, no me puedo resistir a hacerle la pregunta que más me inquieta.
– ¿Por qué nunca tuvo nombre?
– Pues por el mismo motivo por el que nunca tuvimos Coca-Cola y sí Pepsicola.
Extracto de «No me seas sinsorgo», editado por El Gallo de Oro y disponible aquí.