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El Athletic y el pesimismo defensivo

San Mamés, triste // Alma Botxera
La temporada que viene será más y peor. Hasta qué punto será peor dependerá mucho de nuestra capacidad como club de abandonar cuanto antes autoengaños lesivos y eslóganes masturbatorios y de ver las cosas tal y como son. Menos equipo de amiguetes y más profesionalidad. Menos «Bizi ametsa» y más consciencia

Engañarse siempre es un error. No hay engaños buenos, o aceptables, que te puedas hacer a ti mismo. En el mejor de los casos, engañarse supone una huida hacia delante, un empeoramiento del problema y un retraso de la posible solución. En el peor, supone acceder a una zona de no retorno que acaba siempre con la propia destrucción.

Ser realista es un requisito básico para la supervivencia, tanto desde un punto de vista biológico como personal y comunitario, y aparece como la piedra angular de cualquier proyecto próspero. Y, sin embargo, hay en el mundo occidental (o lo había hasta la pandemia, y en esta ansia de vuelta a la normalidad subyace el deseo de seguir igual también en este sentido) una malsana insistencia hacia el pensamiento positivo que no conduce a nada positivo y que Bárbara Ehrenreich desmenuza con precisión en «Sonríe o muere».

Dice Ehrenreich, que «el progreso intelectual de la humanidad es el resultado de luchar permanentemente por ver las cosas como son, y no como proyecciones de nuestras emociones, pintándolas lo menos posible con los colores de nuestros sentimientos y fantasías, y entendiendo que el mundo está lleno de peligros y oportunidades por igual».

Ser optimista es genial cuando tienes razones para serlo, pero a veces es un auténtico peligro. Cuando tienes un niño pequeño, por ejemplo, no puedes asumir que todo va a ir bien y has de prever que es posible que sucedan cosas malas. Si hay silencio durante más de quince minutos, tienes que ir a ver qué pasa. Y no puedes conducir un coche y ser positivo: tienes que estar alerta y pensar que los otros conductores son unos insensatos. Es lo que otra psicóloga, Julie Norem, denomina «pesimismo defensivo». Y así es como hemos sobrevivido. Preparándonos para lo peor. Con esa vigilancia sensata que nos ha permitido seguir adelante.

El optimismo nos viene de serie // BI FM

Se nos ha hecho creer que lo positivo es sinónimo de bueno. Llevamos tanto tiempo escuchando himnos a la alegría que creemos que es lo normal. Pero hay muchas ocasiones que lo bueno es precisamente reconocer que la situación es cualquier cosa menos positiva. Y la alternativa al pensamiento positivo no es el pesimismo desaforado, ni la desesperanza: es el realismo.

En Bilbao el pensamiento positivo viene de serie. Entra en la descripción de nosotros mismos y de eso no nos quitamos por más hostias de realidad que recibamos. Y con el Athletic, como no podía ser de otra manera, eso se multiplica por cien. Y eso, más allá de ser una motivación extra, se ha convertido en un obstáculo. El «Beti Zurekin», el «Zu zara nagusia», el «Somos diferentes» y el resto de eslóganes fervientes, infantiles, endogámicos y masturbatorios, nos hacen un daño terrible y además no admiten discusión. A nada que cuestiones la conveniencia de esos alardes vacíos de bilbainismo mientras el club se queda atrás en todas las medidas objetivas que de verdad pueden hacerlo crecer, eres tachado de sinsorgo, de plasta y de derrotista.

Todo ese rollo de visualizar las victorias y de confiar en que las cosas saldrán bien porque somos de Bilbao, porque no hay una hinchada más incondicional y porque nadie supera nuestro entusiasmo y pasión, nos perjudica clarísimamente. Hemos creído demasiado tiempo en el pensamiento mágico y lo hemos comprobado en las finales perdidas durante la última década: la Real nos ganó porque llevaban dos años jugando bastante mejor que nosotros; el Atlético nos ganó porque con Simeone aprendieron a competir, como se vio a partir de esa victoria; y el Barça nos ganó en su estadio porque era su estadio y porque tenían el mejor equipo de su historia. O sea, todo fue perfectamente normal. El optimismo popular queda muy bien en los prolegómenos del partido que dan en el Teleberri, pero la realidad se impone: no nos alcanza.

Un sueño de pesadilla // BI FM

Nos vendría mucho mejor ser pragmáticos y pensar en lo que está pasando en realidad.

¿Y qué está pasando? Pues que hemos bajado otros dos escalones en la Liga: la Real, el Villarreal, el Sevilla y tal vez el Betis están ya por encima. Moncayola no viene por lo mismo que no viene Javi Martínez y por lo mismo que no vinieron Mikel Merino ni Oyarzabal ni Robert Navarro, ni vendrían Azpilicueta ni Ander Herrera: el Athletic no es lo suficientemente atractivo. No tenemos mercado. No tenemos un centro del campo significativo y no podemos comprarlo. No tenemos un 9 de veinte goles, y si lo tuviéramos estaríamos temblando de que se fuera a ver mundo. Williams da lo que da, y no va a dar más. Villalibre, de momento, no es casi nada. No hay sustitutos de nivel para Aduriz, Raúl García, Susaeta e Iturraspe. Nuestra inexperta dirección deportiva obtuvo su legitimidad con un PowerPoint como de profesor de gimnasia de ikastola. Nuestro poco consistente presidente ganó las elecciones porque (en la práctica) nadie más se atrevió a presentarse. Es lo que hay.

Vamos hacia abajo en todos los sentidos, y la temporada que viene será más y peor. Es bueno saberlo y decirlo, mirarnos al espejo y aceptar la realidad como gestores y como hinchas, es necesario adoptar un pesimismo defensivo que nos aleje de fantasías bilbaínas, endogamias y autoengaños, nos ayude a corregir cuanto antes esta trayectoria decadente y clarifique el camino que nos interesa. Menos Athletic de amiguetes y más profesionalidad, por favor. Menos «Bizi ametsa» y más consciencia.

Ah, y pesimismo defensivo como estrategia de club, no como estilo de juego. El césped es el único lugar donde esa táctica banal, aburrida y desesperadamente mediocre de acularse al borde el área no nos conviene. Lo hemos visto ya demasiadas veces. A ver si lo aprendemos de una santa vez.

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