Muy mal se tiene que dar la cosa para que, casi 40 años después, no ganemos de nuevo la liga. Hay razones de sobra para pensarlo y aquí las analizamos con la rigurosidad y la objetividad que se merece el acontecimiento
Es vieja la historia de un tío que habla con una chica desconocida en un bar, la cual parece vagamente interesada. A partir de ese breve contacto, y en apenas un instante, el aspirante se monta una película en su cabeza en la que ella le da el teléfono, quedan otro día y él se muestra tan brillante y encantador que ella accede a seguir conociéndose más profundamente, y entonces ella le concede otra cita donde la atracción es innegable y no puede sino culminar con una invitación a su casa, y allí que van a echar el polvo más memorable de su vida. ¿Cómo se podría llamar a esa fantasía postmoderna, a esos fabulosos castillos en el aire? El coito de la lechera.
Bien, es tan cierto que el estado natural del hincha es la insatisfacción como que bastan unas cuantas victorias para disparar sin control el optimismo, y más en Bilbao, donde la exclamación nos viene de serie. Hace unos días se viralizó un tweet de @albeert5_ en el que Claudio Ranieri afirmaba: «Lo que hicimos con el Leicester fue la mayor proeza que se ha hecho nunca. ¿Alguien que lo pueda repetir? El Athletic Club. Los veo ganando este año la Liga». No importa que el tweet fuera fake. Su repercusión es un síntoma de que el león ha visto la presa, de que hay ganas atrasadas de marcha y de que toca dejarse llevar, como debe ser, por la parte eufórica de la ciclotimia.
Pero no hay que equivocarse. Este estado de ánimo alterado no es solo la consecuencia de la incoherencia, la superficialidad y la falta de memoria consustanciales al hincha. No. Al igual que el tío del bar, hay motivos objetivos de sobra para montarse un hermoso coito de la lechera y para afirmar aquí que muy mal se tiene que dar esta liga para que no la ganemos. La novena del Athletic.
A ver, es una temporada rarísima, con el Mundial en medio y un calendario asimétrico con cinco partidos en casa y dos fuera que nos han dado 16 puntos. Esto ya es un empujón, porque el entusiasmo es contagioso y convierte a un mulo en un caballo al menos durante los veinte primeros metros de la carrera. Además, cuando las circunstancias son extrañas los resultados son extraños: los Lakers, por ejemplo, ganaron su último título con un equipo endeble jugando los playoffs a puerta cerrada.
¿Qué veo yo? Veo un Mundial absurdo destrozando a los internacionales, que nuestros rivales tienen en mayor cantidad. Veo muchas lesiones por los cambios bruscos de temperatura al pasar del aire acondicionado de los hoteles a los tropecientos grados de los terrenos de juego y por falta de electrolitos, que no sé muy bien lo que son pero que seguro que, por falta de costumbre, los médicos no miden bien. Veo insolaciones y confusión mental, veo delirios del desierto en los mismos jugadores que al volver tendrán que afrontar la Champions en mitad del frío europeo.
Veo a Xavi Hernández regresando de visita a Catar, donde será recibido como el mesías del buen juego y donde sufrirá una especie de iluminación que le llevará a su vuelta a Barcelona a una espiral de superioridad moral: empezará a jugar con diez de la cantera más Lewandowski y exigirá una posesión del 90%. En consecuencia, tirará el campeonato, será despedido, y el más que un club planteará siete nuevas palancas para la temporada siguiente.
Veo a Vinícius subiendo la apuesta y complicando cada vez su bailecito hasta hacerse, él solo, una rotura de los ligamentos cruzados de la rodilla. Veo cachondeo en los colchoneros con su desgracia y veo como respuesta una campaña de solidaridad del madridismo que animará a los tertulianos de El Chiringuito a convertir ese programa tan prestigioso en un remedo de Mira quién baila. Roncero se pintará la cara de negro y prometerá una coreografía diaria hasta la recuperación del jugador y Juanma Rodríguez se apuntará a una academia de samba donde acabará ligando para sorpresa de todos con una bahiana de 105 kilos y más anchuras que la desembocadura del Amazonas, la cual le alejará de su puesto de centinela para enseñarle lo que es bueno. Pedrerol mandará un burofax de amenaza a la academia. Inda le echará la culpa a Podemos. Y en definitiva todo el futbol patrio estará enredado en este caso y en el escándalo del nuevo Bernabéu, que se verá obligado a cerrar al poco de su apertura porque se descubre que sí, que muy bonito todo, pero todavía no se ha hecho la famosa remodelación de los baños.
Mientras tanto, nosotros iremos sumando puntos como si nada.
Alentados por la nueva grada de animación, a la que, además de la txalaparta y el cuerno, se sumará una sirena de barco mercante y una trompeta tibetana, los jugadores volarán. Los Williams seguirán de dulce y convertirán en oro todo lo que toquen: abrirán una cadena de videoclubes y el éxito será tal que renovarán para poder atender el negocio. Iñigo Martínez también renovará afirmando que el dinero no es importante, que ganar es de horteras y que el propio hecho de la observación altera al observador y a lo observado. Seguidamente se deshará del Bentley y comprará un Opel Corsa de segunda mano al que pondrá una pegatina del Antiguoko Ama. Buscando nuevos retos, Dani García centrará con la izquierda y Vesga tirará los penaltis con el tacón. La principal avenida de Zorrozaurre será bautizada como Sancet Boulevard. Muniain sacará nuevo libro con sus memorias del último año. Todo funcionará casi solo. Se fundará otro grupo de rock en la plantilla llamado «Zu ibizara nagusia», que será seleccionado para ir a Eurovisión. Los goles se nos caerán de los bolsillos. Villalibre batirá el récord de Dani, Balenziaga meterá ocho. Valverde expondrá en el MoMA. Uriarte comerá chuletón todos los días.
Cuando los rivales se quieran dar cuenta, estaremos a finales de mayo y la ventaja será insuperable. Algunos periodistas de Pamplona y San Sebastián caerán en depresión. Kike Marín ingresará en un hospital con lo que parecerán autolesiones. Solo faltará una última cosa: un grupo de compromisarios hundirá la gabarra en la ría para que su influjo maldito no vuelva a desbaratar lo que ya parece en la mano.
Y ya está. El coito de la lechera es algo imparable. El título es nuestro. A disfrutarlo desde ahora mismo. Gurea da bederatzigarrena. La felicidad era esto