De la cantera vizcaína de fútbol salen defensas, salen carrileros, sale algún centrocampista pinturero que otro y salen porteros para parar un tren. Pero llevamos más de treinta años sin un delantero centro decente. ¿Por qué? Esta es la hipótesis: el gol hay que sufrirlo fuera del campo.
Recoba, Forlán, Luis Suárez, Cavani, Abreu, Maxi Gómez… Todos estos superdelanteros han surgido durante el siglo XXI de un país de poco más de 3 millones de habitantes llamado Uruguay. De Bizkaia, en un periodo similar, y que yo recuerde, han surgido Guillermo, Sabin Merino, Bolo, Urko Vera y Villalibre. ¿Qué? ¿Cómo se te queda el cuerpo?
Si ampliamos el territorio a toda Euskadi, es decir a unos equiparables tres millones de habitantes, podemos meter a Aduriz y a Agirretxe, guipuzcoanos ellos, aunque formados aquí, y a esos navarros grandotes que todos tenemos en mente. Tampoco es para echar cohetes. Pero la representación vizcaína en las áreas internacionales, desde Guerrero hasta aquí, es aterradora.
Ni siquiera Guerrero era un nueve puro. Era más bien un ocho con llegada, o un diez. Habría que ir más atrás, hasta Uribarrena (¿alguien se acordaba?), Sarriugarte o Sarabia. Es decir, antes del euro, de la Ley Bosman y de Internet. La prehistoria. El Athletic es una flor muy frágil que ha pervivido gracias a la suerte de poder ir solapando sus nueves titulares (Uralde, Ziganda, Urzaiz, Llorente y Aduriz), pero desde las últimas dos temporadas del crack donostiarra estamos esperando al sustituto. Son ya cuatro años y aquí nadie se presenta. Williams no es ese hombre, nunca ha sido. Y Villalibre no tiene los 20 goles reglamentarios para ser considerado un digno heredero. Ni siquiera tiene 15. Ni 10. Villalibre es, de momento, Guillermo con barba, Sabin Merino con empuje, Urko Vera con trompeta. Le miramos con buenos ojos, porque la alternativa es mirar las cosas tal y como son, y eso hace daño a la vista.
No es una cuestión de camadas. No es una cuestión de paciencia. Salen porteros como salen actores en Inglaterra o concursantes de reality show en Andalucía. Salen defensas y salen, incluso, jugadores talentosos que dan un imprescindible toque de color al equipo. Pero llevamos 30 años sin un delantero vizcaíno decente. ¿Qué coño pasa aquí?
Un delantero centro (uno realmente bueno) es un jugador distinto a todos los demás. No es una pieza de ajedrez, digamos un caballo o una torre, es más bien un elemento externo, como el comodín del póker, que aparece en un momento dado hilando factores y añadiendo un valor insuperable a una jugada mediocre. Se le pone la misma camiseta que al resto y se dice que es el primer defensor para guardar las apariencias, pero en realidad es un añadido desvinculado de la energía general del equipo con el fin de que pueda marcar las diferencias. El delantero centro (pero uno bueno, ¿eh?) es un observador, no un participante. Cuanto más participe, peor para él y para todos. Aduriz pasó sus mejores temporadas en Bilbao como distraído, descansando en el campo, valorando el juego en relación a sí mismo, sacando la calculadora y decidiendo a cuál balón iba y a cuál no. Así debe ser. El delantero centro es el creativo de la agencia de publicidad, el Joker de las pelis de Batman, el hielo de tu primer gin-tonic. No es el protagonista, pero te da la vida y 20 puntos por temporada.
El diez es otra cosa. Siempre ha sido un tío con clase. Normalmente zurdo, algo ya de por sí singular, y no tan comprometido con el gol, puede expresar sus ideas en San Mamés con razonable frecuencia. Aunque suelte un petardo de partido, se le espera. Una falta, un pase, una genialidad. Rojo y Yeste serían buenos ejemplos. De eso hemos tenido y tendremos. Pero el nueve es otra cosa: debe reunir el ingenio del diez y el ansia viva por el gol. Es una combinación de magia y mecanicismo, de arte y productividad, de neurosis por parte de padre y neurosis por parte de madre. Es un rarito. Si es solo ingenioso, no llega. Si es solo currela, no llega muy lejos. Los goles son sus promesas: o las cumple o se convierte en una mentira. Sin goles, el delantero no es que no valga, es que no existe.
Los diez jugadores que acompañan al delantero son soldados de la misma guerra a la que el delantero debe sobrevivir. El delantero es un superviviente. Y es a lo que voy. Sobrevive a los defensas, a los entrenadores, a la expectativa generada entre los suyos. Y ha tenido que meter goles durante toda su vida, luego también se sobrevive a sí mismo. Un repaso a los mejores nueves del mundo, entre los que se encuentran algunos de los uruguayos del principio, confirma esa teoría: casi todos ellos vencieron incontables dificultades. Hay algún pijito con talento, pero en general hablamos de prodigios de resistencia. “Si no fuera por el fútbol, hubiera terminado como muchos chicos de mi barrio: muerto, drogado o en la cárcel”, dijo Carlos Tévez.
¿Y qué tenemos en Bizkaia desde hace 30 años? Una sociedad satisfecha, hierba artificial, clinics de fútbol, seguimientos médico deportivos y mucha Play Station. O sea, niños digitales y mimados. Y eso te vale para sacar centrocampistas o laterales derechos, pero no para sacar delanteros centros asesinos. Por eso tengo esperanzas en Ewan. Tengo entendido que ha pasado dificultades para llegar hasta aquí. Ojalá hayan sido las suficientes.