El club rojiblanco está metido en un círculo de repeticiones cuyo final siempre es el mismo: un juego previsible y tedioso, una afición desilusionada y un entrenador quemado en poco más de un año. Tal vez la única forma de salir de ese debilitante circuito sea instalar una nueva mentalidad, en todos los ámbitos. Esperemos que en las elecciones de este año alguien se anime a intentarlo
Piensa un momento en tu vida (sin deprimirte, por favor). En las repeticiones de tu vida. Con repeticiones no me refiero tanto a la rutina diaria, sino a esos sucesos que se reproducen de una forma cíclica y casi invariable en la vida de cada uno como si fueran una condena: los mismos problemas, los mismos dilemas, los mismos errores, incluso las mismas enfermedades. Cada persona sufre unas repeticiones específicas, las suyas.
Puede ser un jefe cabrón. Un fulano de estos que te trata sin ninguna consideración, como si fueras un ordenador. Un día te vas a otra empresa y allí está, con otra apariencia, el mismo jefe cabrón. O puede ser una pareja egoísta, por la que te desvives en vano y que acabas sustituyendo por otra que acaba siendo exactamente igual. Puede ser una dolencia física recurrente. Puede ser que haya goteras o humedades en todas las casas que habites. O discusiones con un hermano o con una madre que se reproducen, palabra por palabra, a lo largo de tu vida. Algo que digas: Jo, siempre me pasa igual.
¿A que eso te sucede también a ti? ¿Por qué crees que será? Yo pienso que mientras no superas las asignaturas pendientes no puedes pasar de curso. Y por eso andas tú, y andamos todos, repitiendo.
La vida no da muchas vueltas, siempre da la misma.
Las repeticiones te van arrinconando hasta que tomas una elección. O las atiendes, las asumes como propias y tratas de entender su mensaje. O las ignoras, y miras para otro lado, y echas la culpa de lo que te sucede a otro, y entonces empiezas a vivir con esa especie de pena llevadera, ese dolor de medio tono. Lo que las madres llaman ir tirando. Empiezas a vivir en círculos, como un coche en un circuito, a la espera del gran desastre o del gran cambio, que suele ser lo mismo. A la espera de que el círculo se eleve por fin y se convierta en una espiral.
Todo este rollo es perfectamente aplicable al Athletic.
Marcelino lleva poco más de año en Bilbao, pero no parece que de aquí a que se cumpla su contrato las cosas vayan a cambiar radicalmente y ya se puede llegar a una conclusión: el entrenador asturiano ha caído en la rueda del club. No hay más que verle gesticular en la banda durante los partidos y observar con un poco de atención su lenguaje no verbal en las ruedas de prensa para percibir el desgaste que te hace sufrir este equipo. Lo hemos comprobado ya demasiadas veces.
Desde la salida de Valverde, pasó exactamente lo mismo con Ziganda y con Garitano (con Berizzo el proceso fue distinto, aunque la conclusión fue similar), y antes de Valverde (y de su excelente muestrario de jugadores, no olvidemos que tuvo a los mejores Muniain, Susaeta e Iturraspe, que tuvo a Laporte, al Raúl García más arrollador, al primer y jovial Williams y por encima de todo, al crack total e irrepetible que ha sido Aduriz) le sucedió lo mismo a Bielsa, a Caparrós y a tantos otros.
Ya, ya sé que los entrenadores tienen ciclos y que en cualquier club sus discursos y sus planteamientos tienen una caducidad, equis. Pero es indiscutible que en el Athletic últimamente esa caducidad es alarmantemente corta, que se pasa por todas las etapas a una velocidad endiablada y que la hinchada, la plantilla y el propio entrenador acaban en el hartazgo y la desilusión inevitables en apenas una temporada. No es normal. Tiene que haber algo más.
Marcelino tuvo una entrada maravillosa, como todos recordamos. El regate fino hacia la derecha y el disparo a la escuadra de Williams en la Supercopa (en vez de ese habitual adelantarse el balón y correr a lo loco o esa decisión errática y atolondrada que suele tomar en el área y que suele acabar en nada, el tío tuvo una idea lúcida y sencilla, tuvo convencimiento y tuvo precisión), es un símbolo inmejorable de aquella etapa de enamoramiento que apenas duró dos meses. Antes de acabar la temporada, en las dos finales perdidas por incomparecencia, ya vimos los tics habituales del equipo: pesadumbre, exceso de responsabilidad, bloqueo emocional y falta de calidad. Por ahí ya habíamos pasado. Nos vimos, de nuevo, repitiendo curso.
Empezó la nueva temporada y se escucharon los mantras de siempre, reproducidos también año tras año: el entrenador necesita una pretemporada para forjar su estilo, pondrá a los chavales y ya verás qué bien, Villalibre con partidos será la bomba, Iñigo Vicente y Nico Williams van a dar un gran salto, etc. Lo habitual. Hemos surfeado una ola buena durante los dos primeros meses del año, pero ya estamos de nuevo en la orilla, donde acabamos siempre, con un juego romo y previsible, con una afición indiferente que habla de ir a Europa para guardar las apariencias y entretenerse con algo hasta final de temporada, con el puesto 10 en perspectiva y la familia, bien, gracias, y con un entrenador al que le faltan dos casillas para decir esto es lo que hay, tal y como han afirmado casi todos antes que él, previamente a ser cesados o a tirar la toalla.
El Athletic está metido en un círculo de repeticiones que, aparte de todo, aburre a morir. Necesita algo más que un entrenador nuevo cada temporada y media, por lo que se ve. Necesita mirar dentro de sí mismo y aplicarse un electroshock en forma de una nueva filosofía, o en su defecto (ya que parece poco probable que el pueblo esté preparado para subir ese Everest) de al menos una nueva mentalidad que nos permita huir de esta idea tan nociva de club de los amiguetes e idear un proyecto más ambicioso, más agresivo, más moderno, más pragmático, más mentalmente abierto y mucho más profesional.
Este año hay elecciones. Es el momento. O nos planteamos una cosa distinta ahora, o repetimos lo de siempre hasta el tedio total.